Cada vez que tuiteo en los últimos tiempos, algo que cada vez hago menos y más desganado, el señor Elmo Moska avisa a un subalterno, el que se encarga de mis tuits, y le dice que escriba debajo de mi post que está enviado desde “Earth”. Yo se que el subalterno se refiere al planeta Tierra. Pero no puedo dejar de pensar que Mr. Moska no sabe si cogí mi velero llamado Libertad y me puse a navegar. Y con las utilidades satelitales de mi flamante iPhone 14 Pro Max, Pedro Edition, estoy enviando tuites desde el mar.
Lo que me lleva, en este pensamiento lógico tan trastornado de hoy, (son las elecciones) a pensar que, en un planeta como el nuestro, con una proporción 70-30 a favor del agua, deberíamos haber elegido mejor el nombre. Y no es feo el de planeta Mar (glups, elecciones otra vez, M.A.R. de mis pesadillas) -referencia a la política española, no lo intenten en sus casas en América. Difícilmente lo entenderán-.
21 gramos
Hoy hace dos meses que no te escribo. Tocaba, pero cuando estaba en ello, estalló una amistad, pilar básico de mi vida durante los últimos 13 años. Bastante que el luto me ha permitido seguir con el Bala Extra diario en pódcast. Si no lo escuchaste, te lo cuento aquí.
El caso es que, en sueños, mi vida no ha cambiado. Sigo con mi exceso de peso. No me falta ni un gramo. En la vida real, sin embargo, he adelgazado los 21 gramos que dicen que pesa el alma. La tengo hecha trocitos pequeños. Cada uno encierra uno de los momentos vividos en los últimos 13 años de mi vida, cuando un Pedro político se enamoró. Luego acabó, pero no acabó, pero sí. Y desde hace tiempo, mucho, era “la persona de referencia” de alguien. Y ella lo era de mi. Ahora parece que ya no.
Era una amistad extraña y profunda. Profunda por razones diversas e imaginables. Porque era auténtica. Aún lo es en mis 21 gramos rotos. Extraña porque no es normal a los ojos de la gente que tu pareja pase a ser tu mejor amiga y tu persona de referencia. La persona con la que imaginas acabar tus días, compartiendo malos y buenos momentos. Malas y buenas noticias. Canas nuevas, viejas costumbres.
Y estoy de duelo. Creo. Debería. Pero me resisto. Huele a definitivo, pero me perfumo cada mañana con la colonia de la esperanza de lo pasajero. Por eso tengo el duelo suspendido como los montadores en aquellas míticas fotos de comienzos de siglo XX, sentados en las estructuras de acero de los rascacielos de Nueva York. En blanco y negro. Como deben grabarse las penas.
Ella también estará de duelo. Porque si algo me demostró mi divorcio de 2007, es que uno puede despedirse aún sintiendo. Y duele mucho. Y es valiente. Así que si es lo que necesita, nada puedo hacer. Solo soñar con aquella vieja tonada…”nos dejamos hace tiempo, pero nos llegó el momento, de volver”.
Lo se. Nada peor para un duelo que mantener la esperanza de que esa amistad profunda, posiblemente aún viva, pero de final autoimpuesto, vaya a volver. Y que después seré capaz de rescatar al archipiélago de gotitas de recuerdos en que se han convertido mis 21 gramos de alma y reconstruirla, como con un aspirador recogiendo gotitas minúsculas de agua, flotando sin gravedad, tras un escape en una nave que viaja a ninguna parte por el sistema solar. Un escape tras el gesto torpe de un astronauta sorbiendo de un tubo de agua con sales y azúcar. Un escape que pone en riesgo la integridad del vuelo de la nave y el funcionamiento de sus componentes. Que puede provocar un cortocircuito que funda a negro el viaje sideral.
Por hoy me quedaré con el azul de nuestro planeta Mar, visto desde un ojo de buey de la nave que se aleja de los lugares conocidos, adentrándose, en un viaje sin retorno, en la oscuridad de un espacio solitario. Menos mal que te tengo a ti, que me escuchas a diario y hoy has llegado hasta el final de este trocito de mis 21 gramos, desde el que hemos observado el resto de la explosión.
Te espero en el pódcast. Gracias por intentar desentrañarme. A lo mejor te suena esta música. ¿Quién no ha tenido pérdidas?
PD.-No. Hoy no hay fotos. Los lutos son de natural iconoclastas. Funde a negro y sigue leyendo otras cosas. Circula.
Uffff, no sé qué decir, me siento triste leyéndote, qué duro es todo en esta vida. Abrazo
Navegamos, caminamos, es nuestra maldición y nuestro sino. En este movimiento las personas suben a nuestra nave, pero también bajan. Vivir es despedirse y encontrar(se). 21 gramos de alma rota y 21 toneladas de humanidad. Un fuerte abrazo