Desde que decidí en agosto sumarme al equipo técnico del Santutxu FC Juvenil de primer año, el equipo que dirigen como entrenadores Óscar, el marido de mi exmujer y Guille, mi hijo, mi cercanía al deporte ha cambiado mi vida mucho. De entrada, cada tarde, me toca estar pendiente de sus idas y venidas al campo. Este campo es un histórico del fútbol vizcaíno, donde juegan como locales algunas instituciones futbolísticas de mucha solera. Desde luego empezando por el propio Santutxu FC, nacido en 1914.
El campo se ubica en el populoso barrio del mismo nombre, Santutxu, a unos 9 kilómetros de Galdakao, con un tráfico endiablado y denso y con nulo espacio para aparcar. Aunque está muy bien comunicado, con tres estaciones de Metro Bilbao a lo largo de su extenso territorio de barrio que supera los 70.000 habitantes, se hace muy complejo llevar en el metro balones, pizarras o enormes trípodes de cámaras que escalan más de cuatro metros para grabar con seguimiento de balón los partidos (no es nuestra, el bueno de Ibai Gómez, ex-jugador profesional en múltiples equipos de Primera División, como Athletic o Alavés, entrenador del equipo juvenil de División de Honor Nacional (la “primera” juvenil") del Santutxu, se la deja a Guille, que es ayudante técnico del entrenador Santutxutarra.
Adicionalmente, Galdakao no tendrá su parada de Metro Bilbao en el centro del pueblo hasta 2027. Así que mi pequeño Mii se convierte en un micro Uber. Y en un Titán en el que cada hueco se aprovecha. Y yo me aprovecho de mis obligaciones como conductor del pequeño EV para no tener una sola tarde tranquila y no quedarme sedentario después de mi jornada de trabajo.
Mi Apple Watch Series 6, que se queda en mi muñeca hasta que su batería no de más de sí (muestra síntomas de fatiga tras todos estos años, pero me sigue sirviendo) dice que la media de pulsaciones inmediatamente antes y durante un partido de liga, ronda las 125 ppm. Con picos de 139 en nuestro partido de ayer, donde no hubo mucha emoción porque nos expulsaron (él se ganó las dos amarillas a pulso) a uno de nuestros jugadores en el minuto 18 y, a partir de ahí, empatados a puntos en el segundo lugar como íbamos, terminamos perdiendo por cuatro goles, en nuestro campo, contra el 15º, un equipo que no nombraré pero que, básicamente, juega a la Clemente: patadón parriba.
En el partido anterior, jugando fuera de casa, con muy mal ambiente en la grada (un día hablaremos de la violencia de baja intensidad en el fútbol no profesional) y llegando al final del partido con un 1-2 a favor, escaso para respirar tranquilos, mis cifras de pulsaciones pasaron el pico de ayer.
El caso es que, acabado el partido, con la sensación de haber estado corriendo como uno más, llegar a casa y pillar la ducha es una sensación que no recordaba desde los tiempos en que yo era el protagonista del deporte (corriendo como un cobarde seis días a la semana, unos 70 km semanales).
Pues bien. No parece suficiente. Guille y Ángela, su novia, nos han retado a Óscar y a mi a un partido de pádel hoy a las 12 en un club de Derio (pueblo del Txorierri vizcaíno cercano a Galdakao, donde también se asienta el cementerio de Bilbao), donde el propio Óscar juega asiduamente a ese deporte de raqueta. Disculpadme que me levante un momento a colocar en la puerta la raqueta que me ha prestado mi pareja de baile.
Ya. Colocada en la puerta para no dejármela. Sigo: Yo ya he advertido para que tengan una ambulancia en la puerta. Pero no me preocupa mi propia muerte por evento cardiovascular. Lo que me tiene completamente comida la cabeza (pero no he querido leer, para sorprenderme allí mismo) es saber cuáles son las normas del pádel. Un deporte que jamás diría que iba a practicar. Deseadme suerte.
Pero ¿cómo se te ocurre? Dicen que de la droga se sale pero que del pádel... Cuidao no te enganches.