Aquí mató ETA
Ni fue la única violencia, ni existe un monopolio del dolor. Pero sus más de 800 asesinatos, sus decenas de secuestros y todas sus víctimas, marcan una diferencia cuantitativa, que no cualitativa, respecto a otras expresiones violentas que sufrieron Euskadi y España o Francia.
Fue un día fantástico, aunque mirábamos por el rabillo del ojo, por si -nuevamente- se trataba de una acción propagandística para luego continuar. O por si de la ETA oficial, vencida por los estados francés y español, trufada de confidentes, veteada por el CNI y la inteligencia francesa, con la entrada de dinero reducida a la mínima expresión, por la ilegalización de su rama política y otros elementos, surgía un spin off maligno que no atendiera ni las instrucciones de sus dirigentes políticos.
No fue así. Solo dejaron de matar e intentaron tímidamente crear un relato de proceso de paz y tal. Nada que haya tenido relevancia o a lo que la historia vaya a dar mayor importancia. Un intento ridículo -muy necesario para su parroquia- de explicar que la guerra, el conflicto, no se había perdido. Solo que una generosa ETA decidía abrir -con todo el retraso, después del error de su surgimiento- un generoso proceso de paz, voluntario e ilusionante.
Algunas de las voces más autorizadas, algunos buenos amigos y -desde luego- personas muy respetables, cuentan en este episodio de Documentos de Radio Nacional algunas cosas que jamás deberíamos olvidar. Ni permitir que las nuevas generaciones lo desconozcan.
Conocer nuestro entorno más inmediato primero
En mi archivo de proyectos, con el guión de su programa piloto, se encuentra una idea denominada así: “Aquí mató ETA”. Incluso con su piloto grabado desde hace años. Un proyecto de una envergadura que requeriría tiempo y, posiblemente, dinero. No abandono la idea de construir ese documental sonoro. Mi pueblo es una cancha donde jugar ese partido. Un municipio donde han nacido o hecho su vida jefes de ETA o terroristas sanguinarios como Thierry, enterrado con todos los honores en un nicho del cementerio donde reposan mis familiares muertos. Siempre con flores, con una losa de piedra que le recuerda como gudari.
También Txapote, quien lideró el comando terrorista que llevó a cabo el secuestro y asesinato de Miguel Ángel Blanco, concejal del Ayuntamiento de Ermua, donde yo ya trabajaba en aquel 1997. Alguien que iba uno o dos cursos delante de mí en el instituto de Elexalde en los años 80 del siglo pasado. Aquella década en la que, cada día, al volver a casa, mi abuela cruzaba el rellano para comer con nosotros y nos contaba el número de atentados y muertos del día, mientras mi madre le pedía que pudiéramos comer en paz.
Fueron más: Javi de Usansolo, Jon Bienzobas, etc. Todos sanguinarios. Todos con peso dentro de la banda. Algunos, como digo, en lo más alto de su dirección o de sus comandos.
Esto es Galdakao. Aquí ETA mató 12 veces. Fueron 12 de las 211 veces que ETA mató en Bizkaia, el segundo territorio en víctimas mortales de la banda terrorista. Solo superado por Gipuzkoa, con 316 y por delante de la Comunidad de Madrid con 123. Todos ellos superados por un territorio inmaterial. Un lugar olvidado donde residen 326 asesinatos cuya resolución y autoría, aún hoy, siguen sin resolverse.
En nuestro escudo un arquero, Sancho de Torrezabal. Un noble, posiblemente al servicio de algún señor de Bizkaia, posiblemente a su vez, al servicio de algún rey de España. Junto al arquero, la denominación del municipio “Muy noble anteiglesia de Galdakao”. Noble por pureza de sangre. Sin rastro de mancha con sangre judía. Anteiglesia por estar sujeta al derecho foral vizcaíno, a diferencia de las villanías, otorgadas por los reyes españoles y sujetas al derecho común. En nuestra historia una casa torre donde, cuentan, que reposaban de noche los reyes, antes de reiniciar ruta hacia Gernika, localidad situada a unos 20 kms y donde juraban los fueros del derecho vasco.
En mi pueblo ETA mató doce veces. En realidad, uno de los asesinatos no fueron en nuestro suelo, sino contra un vecino. Estos fueron los casos:
Eloy García Cambra. Policía local asesinado en 1972. La primera víctima de ETA en mi pueblo.
Víctor Legorburu Ibarreche, alcalde de Galdakao en el momento de su asesinato en 1976.
Esteban Beldarrain Madariaga, un civil que había sido teniente de Alcalde en el Ayuntamiento de Artea. Asesinado en 1978
Alberto Martín Barrios, capitán de farmacia del Ejército en 1983, 15 días después su secuestro.
José Verdú Ortiz. Policía Nacional. Asesinado en 1984.
Juan Enríquez Criado. Asesinado también en 1984 y en el mismo atentado contra un microbús del ejército.
Francisco Javier Fernández Lajusticia.
Luis Alberto Asensio Pereda.
Jesús Ildefonso García Vadillo, a quien al parecer confundieron con un policía nacional con quien tenía gran parecido físico. Asesinado en 1985
José Ignacio Pérez Álvarez. Policía Nacional. Asesinado en 1990.
Pedro Carbonero Fernández. Jefe de puesto de la casa cuartel de Galdakao. Asesinado en 1991.
Por último, el caso más extraño. Aún sin esclarecer del todo en su motivación y considerado por el Gobierno Vasco y los investigadores y expertos como un caso de vulneración del derecho a la vida de autoría confusa. José Luis González Villanueva. Vecino de Galdakao, aunque su asesinato se produjo en Itsasondo, Gipuzkoa, mientras trabajaba como Ertzaina, fue tiroteado con una escopeta al acercarse a un caserio.
También falleció su compañero de patrulla el agente de la Ertzaintza Policía Autonómica Vasca Iñaki Mendiluce Etxebarria. El autor aún no era oficialmente miembro de ETA y fue absuelto por un jurado popular en un contexto de muchísima presión pública de sectores de la izquierda abertzale. Era el año 1995 y el miedo campaba a sus anchas en Euskadi. Durante el recurso, el autor, Mikel Otegi huyó a Francia donde fue detenido en 2003 formando parte activa ya de ETA.
Todos estos nombres están tomados de un informe de vulneraciones de derechos humanos con resultado de muerte, del Gobierno Vasco. Como se aprecia, no hay rastro de ninguna otra vulneración con resultado de muerte. Ni atentados de los GAL, ni de otros grupos de “guerra sucia” contra ETA.
No creo que los menores de 25 o 30 años guarden memoria de estos asesinatos. De ninguno. A mis 53, recuerdo la mayoría de los hechos. Mi memoria es suficiente para recordar incluso momentos familiares en que el atentado se mencionó, en medio del horror de una familia de educación católica y humilde origen “de fuera”. Quizás por la propia historia de la familia, me tocó estar de este lado de la ética.
Pero, sin querer banalizar, como ha mencionado Luis Tosar en la promoción de la película Maixabel, quién sabe. A lo mejor en otro momento, en otro entorno familiar, en otras circunstancias, hubiera estado del lado equivocado. Seguro que para quienes estuvieron ahí, incluso para los que siguen en ese monte, todo tiene sentido. En qué momento puede uno cruzar esa Línea Invisible, de la que habla Mariano Barroso en su serie de Movistar sobre el nacimiento de ETA.
Mi nacimiento ideológico fue temprano. En 6º de EGB. Creo que lo he contado en algún pódcast. Mi padre recibía en casa Mundo Obrero, pero yo me enamoré de mi profesora de lengua y dejé que me hablara de Euskadiko Ezkerra. Era una organización política que había arrastrado a los restos del Partido Comunista y, sobre todo, había traído a la política, de la mano del abogado Juanmari Bandrés y del político, ex miembro de ETA (PM) Mario Onaindia, a los miembros de ETA político militar. Viniendo de donde venían algunos, la autocrítica y la ética; el arrepentimiento sincero, fueron la seña de identidad de aquella quimera maravillosa. “Si quieres la paz, prepárate para la paz” o “La fuerza de la razón” fueron dos de sus eslóganes políticos. Cuánto los echo políticamente en falta.
Por cierto, para nuestro euskara de hoy: “Arrazoiaren indarra”, la fuerza de la razón.
Epílogo
Gracias por entender que, diez años después, esta era mi Niusleter de hoy.