Gracias. Primero que nada. Voy a culpar al fútbol, ¡venga!. Desde noviembre sin esta niusleter es tener poquita vergüenza. Que hayáis seguido llegando, sin que yo la escribiera. Que alguno o alguna se irá al recibir este número (siempre pasa con las newsletters) es una realidad. Pero antes de que le des a desuscribir: ¿hay alguien que te “moleste” menos que yo? 🥹. Pues eso, que mis trabajos de delgado en el Santutxu FC tienen la culpa. En fin.
Me encuentro esta tarde de sábado en Porto, la tercera ciudad de Portugal. En realidad te escribo desde Vila Nova de Gaia, la ciudad al otro lado del precioso y mítico puente Luiz I, que es la segunda ciudad de Portugal, después de Lisboa y por delante de Porto. (U Oporto, como siempre la hemos llamado en España). Mis acompañantes de viaje (Guille y Ángela) han ido a subirse a un barquito que hace la ruta por el Douro, nuestro Duero, pero justo antes de esa muerte de río que dice el poeta (y es cierto, lo comprobé ayer desde su Foz), que es su desembocadura en el mar. Aprovecho este ratito de soledad para retomar estos escritos escasos e impredecibles.
Mientras te escribo en el salón con cocina americana del apartamento de dos plantas que hemos rentado desde el pasado jueves hasta este domingo en que te ha llegado esta “carta”, cada cierto tiempo un coche pasa junto a mi, al otro lado de la ventana, con el más que perceptible rumor, aunque no molesto, de sus ruedas en el empedrado. Porto y su conurbación tienen mucho empedrado. Especialmente estas zonas del casco antiguo junto al Duero, que estimo antaño portuarias, de afanes quizás desaparecidos, barcos bajando de los valles del Duero hasta arriba de uva o de mosto; anteriormente carretas y caballos y sus caballeros, que daban descanso a sus monturas aquí al lado, en un local donde cenamos anoche comida portuguesa.
Los motores no suenan tanto. La presencia de los vehículos eléctricos es enorme. Especialmente entre los profesionales de lo que en España llamamos VTC (Uber y sobre todo Bolt, conducidos por sus propios dueños). Han sido unos días de mucho trabajo para el medidor de pasos del Apple Watch. Nada exagerado, pero muy por encima de la media. Pero hemos usado mucho Bolt, la plataforma de la que me habló Ángela. Guille y yo nos hemos estrenado con ella y ambos hemos recibido tres descuentos del 50% cada uno, para empezar a usarla. Como si hubieran medido la cantidad necesaria. Hemos viajado seis veces y ya no la usaremos más. De los seis trayectos (el primero de ellos al Estadio del Dragón, donde juega un Porto que me huele mucho en sentimiento a mi amado Athletic) cinco han sido en vehículo eléctrico. En Porto, Bolt bien podría llamarse Volt. Lo he pensado media docena de veces durante las conversaciones con sus conductores (y una conductora) (de los usos y costumbres de estos profesionales de la conducción eléctrica daré cuenta charlando con mi querido Christian García en nuestro renombrado y reubicado Mii Eléctrico, ahora Mi eléctrico, plenamente integrados en EmilcarFM). También os contaré de mi viaje en mi Tesla Model 3 Highland y lo bien que hemos viajado hasta “el extranjero” con él y sin ningún problema.
Los Bolt han sido dos Nissan Leaf (versión antigua y un precioso modelo japonés moderno); un Peugeot 208 eléctrico, tremendamente práctico para las estrechas calles de los cascos antiguos de Porto y Gaia, pero también para culebrear por el caótico tráfico de una ciudad siempre en obras; un elegante Renault Megane eTech y un espectacular diseño barcelonés en forma de coche, como es el Cupra Born (este era el que conducía una mujer).
No la usaremos más durante este viaje porque dejaremos de desplazarnos por la ciudad en cuanto Guille y Ángela vuelvan de su viaje en barco (al que no he ido por darles un respiro para su hipotético romanticismo o lo que sea que haya en una pareja de 20 y 18 hoy en día, que me hago mayor y ya me pierdo, y también porque aunque el Douro baja ancho y plano, justo antes de su desembocadura, no me fío de mi sentido del equilibrio).
He sido un niño valiente. Ayer crucé por lo más alto del puente de don Luís. El vértigo fue duro conmigo, pero apreté el paso hasta esa especie de hoyo que se forma sobre la entrada del metro/tranvía de Porto al incrustarse en el interior del subsuelo ciudadano. Dejé a Guille y Ángela atrás y tardé un rato en recuperar el equilibrio mientras seguía caminando, sin dramas. Hoy, tras el desayuno, he vuelto a cruzar por lo alto, pero les he pedido que me flanquearan a izquierda y derecha. En un simbolismo poco sorprendente, los jóvenes han apuntalado al menos joven en una singladura de altura sin vértigo y sin miedo. Los afrontamiento siempre son buenos compañeros de vida.
Cuando uno mira el Puente de Luiz, piensa en Eiffel. Es imposible no hacerlo. Como cuando mira la algo más modesta estructura del Puente de Bizkaia, entre Portugalete y Getxo, en la desembocadura de la Ría del Ibaizabal (y del Nervión) unos cientos de metros antes de la bocana del puerto de Bilbao. Sin embargo, esta preciosa estructura, de aires tan ingenieriles, es exactamente eso: la obra de un ingeniero alemán de nombre muy afrancesado. François Gustave Théophile Seyrig, especialmente conocido precisamente por diseñar puentes. Visto este, dan ganas de seguir su obra por el mundo.
Si ayer comimos fuera del circuito turístico tres francesinhas espectaculares (sin ovo, por recomendación del dueño del establecimiento, una especie de cafetería elegante pero muy ciudadana, con raíces estéticas en los 70), hoy espero que los que vuelven del barco suban unos pasteles de nata, también gastronomía típica de la ciudad. Por recomendación del anfitrión del apartamento empezamos a desayunar en un pequeño local por encima de nuestro alojamiento (vente preparada/o a subir y bajar cuestas). Los desayunos han sido tan exquisitos que hoy, tras patear medio Porto desde Gaia hasta el nacimiento de la linea del tranvía histórico que traquetea por la orilla del río hacia el centro, aguas arribas, nos hemos cogido el último Bolt para llegar a comer a Porto Antiguo en la Rua de Lluís de Camões, en Gaia. Si alguna vez la pisas, pide su baba de camello de postre. Es una especie de dulce de leche menos denso, con láminas de almendra y servido en vaso alto para comer con cuchara. Salmón, chuleta de ternera y txipironcitos a la plancha, acompañados de unas patatas beibi muy apropiadas. Tres platos para tres comensales. No para cada uno. Que hemos andado mucho…pero no tanto.
Y ahora me queda, nos queda, por delante una cena casera con el iPad de trece pulgadas a todo trapo para ver al Athletic alzar treinta años después la Copa de España de Fútbol, esa que muchos llamáis Copa del Rey, con mayúsculas. Los jóvenes volverán con los pasteles de nata y en la nevera hay tres costillares que nos sobraron de la comida en el Texas Grill donde está el Supercharger de Benavente. Qué locura de menú. Luego dicen que si los de Bilbao.
No pitaré el himno. Los himnos no se pitan. Es de mala educación. Pero si abuchearía al Borbón. La cabra tira al monte. Un abucheo inofensivo, ya sabéis. Nada de “muerte al Borbón”. Solo “viva la República” -ninguna en concreto, solo y nada menos que como ¨conzeto¨-. Al fin y al cabo estoy en una. ¡A ver cuando veo jugar a mi Athletic otra Copa del Rey (respeto la mayúscula del título de fútbol, no del nobiliario) desde una república nuevamente! Siendo realistas (de realidad, ni de Casa Real, ni de la Real, ni del Real -aunque “respect” a los dos últimos-), posiblemente tenga que irme a Baiona la próxima vez. ¡O al campo!. Igual cuando leas esto, la Copa viaja a Mallorca. Pero si el mejor Athletic en treinta años no lo consigue tras tantos intentos, contra el rival (con respeto) más débil de todas las ocasiones, quizás ya nunca vuelva a ver la Gabarra por la Ría.
Mi hijo, otrora barcelonista y ahora, como un profesional, amante del buen fútbol y orgulloso portador de una camiseta vintage del Porto, dice que, si no es ahora, igual ya no lo ve en su vida. Yo vi cuatro títulos. El último doblete Liga-Copa data de la temporada 1983-1984. Nos va tocando. Falta una hora y cuarto para el comienzo y creo que soñar es bonito. Más aún en una ciudad tan especial como Porto.
Si madrugas y me lees en el día, estaré viajando de vuelta. Sí. Si me escuchas en Bala Extra o en Mi eléctrico, ya sabes que me cambié de montura. Pensar en más de 800 km con ese borrico, no da pereza. Sobre todo porque a mi lado va quien se va a comer la mitad del viaje de vuelta.
A lo mejor el próximo viaje medio largo al extranjero es para verle a él formando parte de una delegación a los Juegos Olímpicos este verano. Nunca se sabe. Burdeos no queda tan lejos. Ni Nantes o el Parque de los Príncipes (que podían haberle cambiado el nombre tras tantos años de republicanismo parisino).
Gracias por leerme. Gracias por oírme. Me alegra sentir que estás ahí. Si quieres algo, silba respondiendo al correo o por los medios habituales de Mastodon o la comunidad de Bala Extra en el Discord de Emilcar FM, o en la de Telegram, muy floreciente y aún abierta. “Amar pelos dois”. Por ti y por mi.
Hasta pronto.
PD.- Contaré mucho de esto en mi bitácora personal diaria en pódcast, Bala Extra a la que puedes suscribirte, si no lo has hecho ya, en tu app de escucha favorita desde aquí.
escucho y leo también. Gracias por tanta pasión y saber hacer en aportar contenido de forma independiente. Por cierto me gustan las fotos que añades en la newsletter
¡Esas cuentas! Eran cuarenta años sin copa 😜😂😂. Zorionak!!